Un mar de inspiración



Historias del Azul

                                                                      
 Azul
   
 Tú me viste nacer. También me verás morir, lo presiento. Tu visión me reconforta, sosiega mi alma; quizás sea  porque toda mi vida se construye a partir de tus colores primarios. Siempre azul, azul sereno y majestuoso, de infinita extensión, pues tu azul se pierde en el horizonte siguiendo los trazos del dorado sol de poniente. Calma tensa, contenida, como guardando celosamente tus incontables  misterios que sólo marineros charlatanes y vocingleros se atreven a desvelar. Azul claro, azul cielo, azul turquesa y vivaz. Todos los matices que el laborioso pintor ve en ti  y en su propia alma, pues también tú eres espejo de su alma, de su voluntad. Calmo, silencioso, lejano, un rumor distante oigo de ti, de tus rugidos ahora dormidos, de tu furia contenida, de tu pavorosa avidez.
  Verde claro, verde nítido, te toco con mis pies desnudos. Mis primeros pasos daba en ti cuando aún no tenía conciencia del mundo, de la vida, y ya me seducías. transparente, fresco, inocente. Jugabas conmigo, me dabas confianza y me hacías sentir bien, feliz, se trataba de un juego más, aunque a veces te aburrías y olvidabas tu papel protector. Me empujabas, me zarandeabas, revolcándome en la orilla, me abrías los ojos y me aterrabas hablándome al oído sigilosamente, sin tapujos, acerca de tu verdadera y temible condición, de tus horribles pesadillas, de lo que  eras capaz de hacer...
  Ráfaga de aire que viene a romper esta densa monotonía. El agua clara responde al instante, dejándose acariciar, se riza levemente levantando gotas  mágicas de cristal, y manchas de azul marino corren aquí y allá, nerviosas, desasosegadas, inseguras y caprichosas como los fantasmas de nuestra imaginación. Brisa que refresca mi cuerpo calcinado por el flameante sol del mediodía. También refrescas las ideas, aire nuevo, pensamientos creativos y rejuvenecedores, espontáneos y originales. Tus caricias juegan con mi piel, la palpan con esmerada delicadeza, como la suave mano joven. Respiro gozoso tu fresca fragancia, reteniendo el aire puro en mi interior. Sol, luz, agua y arena, o mejor dicho, tierra, fuego, agua y aire, los cuatro elementos básicos de la alquimia que rige al universo. No es de extrañar pues que sienta alivio al contemplarte, lleno de placidez. Así vuelvo a la sencillez de los tiempos antediluvianos, al inicio, cuando el hombre no era más que un sueño, una quimera, un porvenir.   
Suspiro en reposo cuando ya la marejadilla se deja ver, poco a poco y casi de improviso, sin avisar, al igual que ocurre con la llamada del amor. Una olilla rompe aquí, la otra más allá. Tu azul se crispa y alterna con la nívea espuma cegadora. Ya son olas que me empujan y zarandean a su antojo. Cien mil rebaños de ovejas corretean, presurosas en busca de los verdes pastos de Poseidón. Mi cuerpo se mueve convulsionado, la cabeza me da vueltas y siento la sal en mis labios.
  Las descompasadas ráfagas de brisa unen sus fuerzas para poco a poco tornarse en viento salino y bronceador. El  cálido aire, como los pensamientos, se arremolina, serpentea, asciende y desciende,  dotando de enérgica vida a las luminosas y coloreadas cometas. El cielo se vuelve espeso, brumoso, desdibujándose la línea del horizonte otrora recta y uniforme. El espíritu se inquieta, una nube cubre el sol, hay un presentimiento, tal vez un temor, o simplemente inseguridad. ¿Cuántas veces me he encontrado en la encrucijada de caminos?; aunque nos detengamos a sopesar cuál de ellos hemos de emprender siempre salta la duda. ¿Qué hacer pues?,  tomar una postura valiente, sin lugar a dudas. ¿Debemos entregarnos al puro azar o prestar oído a la intuición? Ah, la intuición, esa vieja compañera de viaje que rara vez nos defrauda, el Ángel de la Guarda para muchos. ¿Qué sería de nosotros sin ella? Es la llave que nos va abriendo paso hacia el siempre incierto futuro. Es la frágil nave que va siguiendo su rumbo marcado en un mar de incertidumbres. Ése es el mar que más nos gusta cruzar.  Ahora, inesperadamente, se eleva la gran mole de azules aguas, que amenazadora se aproxima, como si quisiera sorprendernos adrede, hasta que la onda se rompe con un grave estruendo, bestia que ruge. Aún no me he recuperado cuando asoma otra detrás, más voluminosa si cabe, cortando el aire en desafío, buscando una playa perdida en donde vomitar la blanca espuma de su ira.
   El viento arrecia y se hace ensordecedor. Mis ojos luchan por abrirse frente a su fuerza y al salitre que trae consigo. El sol pierde calor y luz, como si desafiara a las leyes del cosmos y optase por ir abandonándonos en busca de otros planetas de sistemas remotos. Su brillo se vuelve débil y la humedad se agarra a nuestros huesos. El azul cielo, primero se blanquea y luego se ve salpicado de presagiadores nubarrones que surgen de la nada, invaden el espacio, ocultan definitivamente al sol, y ahora todo mi ser se estremece por la negritud de las sombras. Cambia otra vez la tonalidad, ahora eres gris plata, ceniza, hollín. Quieres demostrar tu ira y tu odio. 
Azotas el acantilado. Lúgubres ondas invaden la playa, dejándola fría e inhóspita. Las criaturas que habitan en ti se inquietan, buscan un refugio seguro, una hendidura, un resquicio, tal vez bajen a las cotas abisales. Tus  aves abandonan los muelles y las rocas, dejándose balancear por el viento huracanado portador de tu agua en miles de pequeñas gotitas. Afilados cuchillos que desgarran la piel. Negro azabache. Noche absoluta. La nada. Tinieblas. He tocado fondo sin apenas percatarme de ello, absorto en la desesperación, víctima del naufragio de mi vida, arrastrado por el fango, olvidado e ignorado por todos. Jamás podré salir de aquí. Estoy tan perdido como todos aquellos que sufrieron antes que yo. Me fallan las fuerzas y me resulta imposible continuar a la deriva. Por fin te conozco, miseria humana, jamás había pensado que me podría llegar la hora. Siempre es más fácil apreciarte en los otros. La condición humana es así. En un abrir y cerrar de ojos pasamos de ser criaturas inocentes y bondadosas a los seres más detestables y depravados que habitan la tierra. El odio, el rencor. Es el precio que hay que pagar. Dios ya lo pagó en su día, cuando, aterrado, descubrió el fracaso de su creación, la esterilidad de su proyecto. Luego vino  el fin del Paraíso Terrenal.
  Aún sigo perdido y no encuentro a nadie que consiga hacerme salir del laberinto. Me desespero, grito. Nadie responde, sólo se oye al viento rugir como fiera en ataque. Es el fin. Las tinieblas se aproximan. Las negras fauces que lo devoran todo. Tus terribles fauces insaciables. ¿Hasta cuándo seguirás cobrando las vidas de los que viven volcados hacia ti? ¿Por qué nunca te muestras harto? ¿Qué poder ancestral y oculto te mueve a ello? ¡Ven, pues y devórame a mí, engúlleme como a todos los que te llevaste para siempre! Nada tengo que perder, pues, según dicen, ya perdí la razón, que era el único bien que atesoraba. También me despojaron de la ilusión y del placer de las pequeñas cosas. Mi navío hizo agua por todos lados y fue a pique sin más. Sin previo aviso.
  Ya no ruges con tanta fiereza pues tu eterno aliado, el viento,  ha ido amainando, por suerte. La  espuma gris aún se confunde  con tu oscuro manto desafiante. Las nubes dibujan caprichosas formas en su eterno deambular, como si huyeran del escenario. El cielo comienza a clarear. Hay una tenue luz de esperanza que brilla ante mis ojos. Absorto me pregunto, ¿Qué ha ocurrido?, ¿Dónde he estado?. Quizás he vuelto a nacer en un mundo nuevo, de ficción. La tormenta duró horas, no sé cuántas. Se prolongó tanto que todas mis esperanzas se habían disipado ya. Ahora todo es muy distinto, como el despertar de un sueño imaginario. Hay esperanzas de sobrevivir. Tú me has ayudado. Mirarte otra vez, aunque ahora con mirada diferente. 
  Siempre había sospechado porqué el poeta había surcado desde antiguo tus aguas traslúcidas. Huía dejando atrás la barbarie, la sinrazón para evadirse navegando en tus imaginarias aguas, descubriendo nuevos mundos, nuevas civilizaciones, en la difícil tarea de conocerse a sí mismo, de hurgar en su interior. Tú ayudas a sobrevivir a los naufragios que nos depara la vida. Eres la pócima curativa. En ti se encuentra lo imposible, bajo tu influencia se puede transgredir el orden establecido o poner bajo tela de juicio las leyes físicas que rigen el cosmos. Aunque, no siempre conduces al náufrago a buen puerto, pues no hay que olvidar que también te alimentas de él.
  El azul celeste y tenue del cielo anuncia el nuevo día. Por fin sale el sol. La bruma y la niebla retroceden a su llameante paso. Las aves salen de sus escondrijos y vuelven a surcar el fresco aire húmedo, proclamando gritos de júbilo y exaltación, dando gracias al cielo por procurarles de nuevo el alimento que las sustentan. Tus criaturas, desperezándose, abandonan tus negras profundidades en busca de la clara luz para continuar el ciclo de la vida. Y tú sigues ahí, majestuoso, infinito, despertando aún la curiosidad de los hombres, orgulloso.
   Cuántas veces me he preguntado qué habría sido de ti si nunca se hubiese producido el diluvio universal. Tal vez no existirías. Serías un desierto de piedras y polvo. Nadie existiría. Ni siquiera los poetas.