Selección de pasajes
--> -->"E por ende el muy noble rey
Don Alfonso...avía en su cor-
te muchos maestros de las
ciencias de los saberes a los
cuales él fazía mucho bien..."
(Don Juan Manuel, sobrino
de Alfonso X; Crónica Abreviada)
"..Nostro sennor...en qui Dyos
puso seso, et entendimiento et
saber sobre todos los principes
de su tyempo,...simpre se esforçó
de alumbrar et de abiuar los sa-
beres que eran perdidos...,entendió
et connoció que la sciencia et
el saber... era(n) muy necessar(ios)
a los homnes."
(Prólogo del Libro de las Cruces)
"And then, they say, no spirit dare stir abroad;
The nights are wholesome, then no planet strike;
No fairy takes; nor witch hath power to charm.
So hallowed and so gracious is that time."
(W. Shakespeare, Hamlet, 162-165)
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Pedro de Aranda
Fue en una noche fría y estrellada de diciembre de la era (hispánica)de mil doscientos y cincuenta y nueve cuando mi madre, Doña Inés de Alonso, diome en nacimiento. Grandes signos que habrían de poner en marcha los engranajes de mi vida se hallaban escritos en los cielos; El Gran Cazador Celeste surcaba el cenit observando a los dormidos mortales con gran magnificencia; Marte se hallaba en Leo por oriente y Venus, la Estrella del Pastor, con fulgor resplandecía en occidente compitiendo en lid con Las Pléyades.
Jubiloso y alborozado, mi padre, Don Alonso Martínez, notario del entonces Rey de Castilla Don Fernando el tercero, recibió el ansiado acontecimiento al tratarse del nacimiento de su primogénito, tan sólo veinte días después del nacimiento del futuro rey de Castilla y León así como de cuantos más territorios se le arrebatasen al Infiel. "Querida Inés, esposa y dueña, el cielo te colme de glorias y gracias por haberme dado a este nuestro primer hijo y que no ha de ser el único", a lo cual, según cuentan, mi madre respondería: "Gracias, señor mío, bendigamos a esta criatura portadora de tanta buenaventura para esta casa". No se equivocaba mi padre cuando en tono profético decía: "Presiento, querida esposa, que a este hijo nuestro le va a tocar vivir grandes hazañas en consonancia con los nuevos tiempos. Nosotros estamos en la obligación de ofrecerle una educación digna a su persona".
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Rabiçag
Entonces, al estar fuera ya de peligro, salí raudo del escondite con la intención de entrar en mi aula, mas, al pasar por el campo de abatidos, oí los gemidos y sollozos de alguien que pedía ayuda; y que por su doble condición de novato y de judío, nadie se la ofrecía. Me acerqué y observé que había sido seriamente herido en la cabeza, de donde manaba un chorro de sangre, tal vez a consecuencia del impacto de algún mal intencionado proyectil. Su afilada nariz aguileña también sangraba. El judío balbuceaba palabras en hebreo, solicitando socorro e implorando a Elohim. Me arrodillé a su lado y lo incorporé; viendo entonces que no cesaba de sangrar, rasgué un trozo de tela de su túnica para taparle la herida. Poco a poco ayudé a levantarlo, colgando su brazo izquierdo sobre mis hombros, y en esta guisa comenzamos a caminar lentamente.
Algunos de los estudiantes tullidos y otros espectadores salmantinos habían estado observando la escena en silencio, sin mover un dedo.
En vista del lamentable estado que sufría el pobre judío, no podía yo hacer otra cosa que llevarlo a lugar seguro e intentar curarle las heridas. Resolví conducirlo a mi celda en la Casa del Molino.
-No estés temeroso- dije para tranquilizarle-, estoy en tus mismas circunstancias. Iremos a un lugar donde nadie nos molestará.
-No estoy habituado a recibir socorro de los goyim.
-No todos los goyim, como decís, actúan de igual forma".
-Decidme, ¿cómo os llamáis?
-Pedro de Aranda, ¿y vos?
-Mi nombre correcto es Rabbi Çag Aben Cayut, pero entre los cristianos soy más conocido por Rabiçag de Toledo"
Abisur
Indudablemente, aquel joven granadino de unos veinticinco años era doblemente válido para nosotros. Por un lado dominaba el árabe clásico y siete dialectos de éste, incluidos los hablados en Granada y en Marruecos; también conocía el caldeico y el hebreo; además era un excelente matemático que había estudiado con minuciosidad las leyes que rigen los movimientos de los mundos en su esfera.
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A la postre, y casi por arte de magia fuimos a dar a la casa de mi preceptor, Don Rodrigo. Uno de mis criados se adelantó a golpear la gran aldaba de bronce de la puerta principal, y tras esperar breves instantes, salían al punto Don Rodrigo y Doña Luna para hacerme honores de caluroso recibimiento. Al entrar todos en el noble aposento mis ojos se detuvieron en una angelical criatura, Leonor, primogénita del matrimonio, de belleza incomparable y la que habría de convertirse en el amor de mi vida...
...Don Rodrigo y Doña Luna también se mostraron complacientes con la inesperada llegada de su amigo. Así, se dispusieron los preparativos para un banquete de bienvenida aquella misma noche. Se asaron jabalíes, capones y perdices, se estofaron chotos y conejos, se llenaron muchas copas de sabroso y refrescante vino de Pozuelo. Músicos, danzarines, cómicos y juglares amenizaban el festín que se extendía en la madrugada. Comenzaron las danzas y presto fui a pedirle a Leonor, sentada junto a su madre y a su hermana, que conmigo bailase tan jocosa danza. Ella, más bella que nunca, vistiendo ropajes en verde pálido de rico paño y seda, cortésmente asintió. Mirándonos fijamente el uno al otro y con sonrisa en los labios comenzamos a danzar radiantes de alegría y juventud.
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Es Granada el granero de Al-Andalus, como así la llaman, la más bella de las ciudades del reino; y su capital, de forma circular y aspecto encantador. Los árboles, las lluvias, las aguas corrientes y los frutos abundan en ella. Y en lo más alto, la alcazaba que por su color la llaman al-Hamra y que se asemeja a una nave anclada entre la montaña y la llanura. Al fondo, bellamente superpuestas, las cumbres nevadas del Jebel Solayr. Jamás vi ciudad tan hermosamente emplazada. Cuando alcanzamos sus altas murallas celosamente vigiladas, cruzamos la llamada Puerta de Elvira, próxima al mercado de las bestias. Cerca de allí, hacia la izquierda estaba la casa en que habitaba Abisur antes de su partida a Sevilla y donde nos alojamos durante nuestra breve aunque apasionante permanencia. Ésta era una casa no muy grande, con tan solo tres habitaciones dispuestas verticalmente, a las que se accedía por una empinada escalera de grandes e irregulares peldaños; en la parte alta había un tejado liso sobre el que se puede andar al que llamaban "azotea", desde donde se dominaba la transitada y angosta calle próxima a la cuesta Alaacaba y al arrabal de la Xaria. Ése era el austero hogar de Abisur; una pequeña cocina, un camastro, un par de alfombras y una mesita escritorio constituían aquel plácido refugio frente al intenso barullo callejero.
Una vez que los dignatarios egipcios fueran conducidos al emir, Abisur se apresuraba en darnos a conocer su Granada natal, aunque tomaría las medidas de seguridad necesarias para no ser reconocido por los sicarios de su cruel enemigo Abu l-Hasan, el señor de Guadix.
Por estrechas y tortuosas callejuelas abarrotadas de gente nos dirigimos a la mezquita mayor o Jima al-Kabir, el edificio más importante de la medina, celebrándose allí la Oración de los Viernes, de suma trascendencia para los musulmanes, y a donde acudía toda la comunidad; también en su amplio patio administraba justicia el cadí, por lo que pudimos contemplar en las calles adyacentes las oficinas donde se instalaban procuradores y abogados; la mezquita de la misma forma era frecuentada por maestros y estudiantes de teología y derecho para comentar sus lecciones. Próximas a este foro granadino se apiñaban las tiendecillas de especieros y perfumistas, así como los despachos de escribanos públicos que a la vez servían de testigos de oficio ante los tribunales. Muy cerca estaba la alcaicería, lugar perteneciente al emir colmado de cientos de pequeñas y maravillosas tiendas donde se vendían preciosos paños de lana, algodón, lino y de pelo de cabra, pero sobre todo de rica seda con la que los granadinos elaboran sus preciadas vestiduras, y junto a la alcaicería estaba lo que llamaban al-Saqqatin, lugar para comprar ropa usada, platería, lencería y espartería. Así mismo Abisur nos mostró unos edificios llamados fundaq que servían de almacén de mercancías, hospedaje de sus propietarios y sitio donde éstas acababan vendiéndose.
Nadie podía ni siquiera imaginar las fastuosas maravillas que los musulmanes tan celosa y valientemente habían defendido y que Sevilla guardaba. Todos los cristianos que aquel día entramos en la ciudad asediada sucumbimos ante su gran belleza. Ni siquiera el rey ni su heredero escaparon al hechizo, como atestiguan las palabras de don Fernando cuando cruzábamos el gran río que la baña...
-Debe tratarse sin duda, como dicen las habladurías, de un grandioso vergel.
-Mirad sus altas torres y murallas, mirad su orgulloso y altivo alcázar, el gigantesco alminar de la mezquita, la exuberante vegetación aquí y allá, junto con el agua y la piedra, sabiamente dispuestos…
…Todos quedamos prendados ante tanta belleza y maestría. Como bien nos había apuntado el bueno de Rabiçag, los edificios, las casas o palacios, aún eran más encantadores en su interior, donde alcobas y demás dependencias se disponían en torno a hermosísimos patios, donde adobes, yeso, agua y plantas concienzudamente combinados y alternados, ofrecían al ojo humano visiones del propio Paraíso. El sonido suave y meloso del agua al aflorar en fuentes y surtidores o al discurrir por canalillos; los múltiples perfúmenes emanados de aquellas exóticas y desconocidas flores, el canto aflautado de pajarillos de vistosos colores... nos transportaba a un mundo idílico y sensual, plagado de agradables estímulos, afectando a nuestras almas como si de un encantamiento se tratase.
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Mas a don Alfonso no sólo le atraía la poesía, la música o los juegos. Él era conocedor de muchas ciencias que había estudiado en los libros árabes, sintiendo gran debilidad por la astronomía, la astrología y la magia. Por ello, ayudado por Rabiçag y por mí, así como por otros colaboradores suyos, expertos en estos temas, propuso que tanto en Toledo, donde ya existía un nutrido grupo de sabios, como en Sevilla, donde fundó una escuela para estudiar la lengua arábiga y el latín, se tradujeran muchos libros árabes y judíos de gran complicación y que habían ido cayendo en sus manos con el avance de la conquista, siendo menester ser vertidos al castellano para uso y beneficio de hombres doctos y sabios, entre ellos él mismo, don Alfonso de Castilla, quien se mostraba deseoso de realizar ciertos experimentos y observaciones.
Aquellos libros árabes hablaban de la filosofía de los grandes pensadores griegos Aristóteles y Platón, así como de otras celebridades de la antigüedad griega y romana, dedicadas al estudio del mundo y sus orígenes.
A tal efecto, llegaron a Sevilla y a Toledo maestros de toda la cristiandad, pues conocían ya el obstinado interés del monarca castellano por proteger y cultivar las ciencias y la magia en su corte. Pero también venían de remotos lugares del mundo, ofreciendo sus válidos e innovadores conocimientos. Por tanto, no resultaba extraño encontrar a cristianos, a judíos sefardíes, los más sabios del mundo, o bien a musulmanes, en los scriptoria reales, unidos en la única tarea del estudio, olvidados de las corrientes y frecuentes disputas surgidas entre unas y otras religiones, conviviendo en paz, como hermanos de la misma tierra. Cierto es que todos llevábamos una vida armoniosa y sosegada bajo la honrosa entrega al saber, y que nos hacía fortalecer en cuerpo y alma, al tiempo que nos hacía a todos estar más cerca de Dios, con independencia del bautizo recibido por cada uno de nosotros.
Todos trabajábamos de sol a sol en el scriptorium, sometiéndonos a las estrictas normas que habían de ser respetadas con rigor. De ordinario se tomaban los manuscritos originales, la mayoría de las veces incompletos, corrigiéndose y completándose. Alguno de nosotros lo traducía al castellano, pues, siguiendo fielmente los dictados de nuestro rey benefactor, aquélla era para él la lengua común que todos sus súbditos, musulmanes, judíos o cristianos, conocían y usaban con excelente dominio. El rey, por tanto, ordenó que todos los libros traducidos o compuestos en sus scriptoria debían estar escritos en la lengua romance hablada en Castilla. Esto era lo que denominábamos traducción a dos manos, aunque era más sabio proceder el someter la traducción a cuatro manos, encargándose un experto en lengua árabe y otro en latín del trabajo simultáneamente.
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El rey ponía gran cuidado para que sus vasallos encontrasen divertimentos y distracciones en palacio. Así, eran muy frecuentes las reuniones para hablar de cosas amenas y alegres en compañía; se oían historias, romances, poemas, o bien cantares y los sonares de los músicos, en definitiva, escuchar todo cuanto produjera placer y regocijo. Se fomentaba entre los cortesanos los juegos de palabras; ingenios basados en el equívoco para de este modo provocar el entretenimiento, haciéndose burla y escarnio de famosos personajes a todos conocidos. Pues como aparece en los libros de leyes conocidos por Las Siete Partidas..."cuando los hombres necesitan consuelo en sus cuidados y pesares pueden oír cantares y sones de instrumentos, jugar al ajedrez o a las tablas, y lo mismo decimos de las historias y los romances, así como los otros libros que hablan de aquellas cosas que producen en los hombres alegría y placer"...
No faltaban suculentos banquetes en honor a alguna distinguida dama o ilustre dignatario, a donde acudían los reyes acompañados de sus más nobles caballeros y vasallos. Entonces comenzaba el desfile de humeantes manjares procedente de las cocinas reales: faisanes, perdices, capones asados; la carne adobada sobre los tajadores; el marisco y el pescado. Los asistentes podían saborear el vino bermejo de Portugal, el blanco de las viñas andaluzas, o la sidra y el hidromiel embriagador. Los zaquiteros acudían de un lugar a otro, mientras los servidores hacían mover grandes abanicos de plumas para renovar el aire y refrescar la pesada atmósfera.
Terminado el yantar, pasábanse todos a hermosas estancias moriscas ricamente ornamentadas con columnas que recuerdan a las estalagmitas de las cuevas, yeserías labradas y brillantes azulejos de misteriosos reflejos donde aparecen herméticas combinaciones geométricas. Aquí pequeñas mesitas redondas caprichosamente decoradas con arabescos servían de soporte a los tableros de ajedrez, preparados para iniciar las partidas. Las damas toman parte. Los caballeros juegan a las tablas y a los dados. Al fondo, los músicos comienzan a tañer sus instrumentos, haciendo sonar bellas y rítmicas melodías andalusíes capaces de avivar las pasiones del corazón más dormido.
A don Alfonso le encantaba jugar al ajedrez por dos claras razones; una, porque se trata de un juego noble, que aviva el entendimiento de los hombres sabios, enseñándoles a dominar sus pasiones; y otra, por su relación con la matemática, la astronomía y las ciencias del cosmos.
Ajedrez astronómico
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