La carretera de la muerte. La historia de un genocidio


 

 

Pasajes seleccionados por el autor


                                            El Diario.es


Fui a España a combatir el fascismo. Me sobraban razones para ello. En primer lugar, había perdido a mi padre en la Gran Guerra, en Francia, luchando contra los alemanes, hecho que habría de marcarme de por vida, pues yo era tan sólo un niño y nunca pude superarlo. Ahora una nueva amenaza se extendía por todo el continente.

Tenía veintidós años y toda la vida por delante. Por aquel entonces trabajaba como operario en una fábrica textil de Manchester. Mi vida laboral había empezado muy pronto. Al faltar mi padre, tuve que buscar un empleo para traer dinero a casa puesto que había muchas bocas que alimentar. Éramos una familia de cinco hermanos, tres chicos y dos chicas, todos menores que yo. Aún viviendo mi padre, su sueldo no era suficiente para mantener a la familia, así que mi madre también tuvo que ponerse a trabajar de sirvienta.

En la fábrica conocí a un obrero que había venido como emigrante de una ciudad del norte de España. Había tenido que huir porque estaba afiliado al partido comunista y su vida corría peligro ya que había tenido encuentros violentos con pistoleros fascistas de falange y requetés, también de extrema derecha, que lo habían amenazado con quitarle la vida, costumbre bárbara que se afianzaba cada vez más en su país...

... Una gélida mañana de diciembre arribamos a nuestra base, en Los llanos, Albacete. El corazón se me heló nada más llegar, pues había cierta atmósfera siniestra en todo el lugar. Aquello se asemejaba más a un campo de concentración que a una base militar. Y no era para menos, pues estaba a cargo del militar comunista francés André Marty, comisario político de las Brigadas Internacionales...

...Los 145 británicos voluntarios formamos la Compañía nº 1 del Batallón Marsellés, compuesto por franceses y británicos, parte integrante de la XIV Brigada Internacional, y al mando del comandante Gastón Delasalle. A los pocos días descubrí que dos ilustres poetas británicos, Ralph Fox y John Cornford iban a ser compañeros de batalla. 

 

                                        serhistórico.net
 

Recuerdo con gran ilusión y alegría esos días, especialmente cuando a mis compañeras y a mí nos hicieron entrega de un fusil y del uniforme de miliciana, que consistía básicamente en una camisa, un mono azul de trabajo, correajes de munición, zapatos y el gorro negro y rojo. Nos dijeron que antes de ir al frente recibiríamos un periodo básico de instrucción, consistente sobre todo en el manejo del fusil de asalto, pero que ante todo debíamos desempeñar funciones de organización y protección de la población civil. Fuimos asignadas a un comité revolucionario con tal fin. En realidad, las mujeres anarquistas teníamos que emprender una doble revolución: la social, llevada a cabo junto a nuestros compañeros masculinos, y la de la liberación de la mujer, o revolución feminista, ésta si cabe más difícil todavía que la primera, pues contábamos con adversarios incluso entre nuestros aliados o camaradas.

 

 

                                       Fot.  L’Illustration, París, 20/02/1937

 

Cuentan que la suerte de los Brenan comenzó a torcerse cuando socorrieron a Don Carlos Crooke Larios, después de que unas bombas incendiarias cayeran cerca de su casa situada en una pequeña finca junto al mar y próxima al aeropuerto. El matrimonio los convenció para que se refugiaran en su casa, pues el apellido Crooke era muy conocido y algunos otros miembros de la familia habían sido ya fusilados por apellidarse Larios. Pero Don Carlos y su familia no supieron –o no quisieron –obrar con prudencia ante la ayuda ofrecida por los Brenan. Un día que bombardearon el puerto de Málaga y los depósitos de la CAMPSA, muy cercanos a barrios obreros, los Brenan encontraron a Don Carlos y sus hijos en el tejado, saltando de alegría y gritando ¡Viva España!, alegrándose del hostigamiento de los barrios humildes.Algunos vecinos del pueblo también los vieron, por lo que habían puesto en peligro a todos los habitantes de la casa. La BBC informó sobre lo ocurrido y llegó a decir que Málaga probablemente había sido completamente destruída.

Entonces Gerald Brenan se desplazó hasta la capital y comprobó que no todos los depósitos de petróleo estaban ardiendo. Cuando regresó a su casa se encontró a Don Carlos escuchando Radio Sevilla, una emisora prohibida, con el volumen muy alto. Brenan se enfadó muchísimo ante tamaña impertinencia que les volvía a poner en peligro. 

 

                                              Revista La Traca

 

 Los generales golpistas, y Quiepo de Llano en particular, habían decidido practicar el total aniquilamiento y destrucción de todo lo que se le arrebatase a la República, para así instaurar una política basada en el terror y el miedo allá donde llegasen. Así mismo, había descubierto la nueva “arma” de la propaganda a través de la radio. Se había dado cuenta de que con este medio, más rápido y más barato que la prensa escrita, podía imponer esa política del terror, mediante abominables “charlas” radiofónicas que solía realizar desde Radio Sevilla por las noches, tras ingerir cantidades ingentes de aguardiente. Entonces se le soltaba la lengua y comenzaba a decir barbaridades y amenazas de lo que tenía pensado hacer una vez conquistados los territorios para el bando fascista…

"Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los rojos lo que es ser hombres. De paso, también a las mujeres de los rojos, después de todo, estas comunistas y anarquistas se lo merecen, ¿no han estado jugando al amor libre? Ahora por fin han conocido a hombres de verdad y no castrados milicianos. Dar patadas y berrear no les salvará…"

Ya conocerán mi sistema: Por cada uno de orden que caiga, yo mataré a diez extremistas por lo menos, y a los dirigentes que huyan, no crean que se librarán con ello: les sacaré de debajo de la tierra si hace falta, y si están muertos los volveré matar…”

"Mañana tomamos Peñaflor, así que vayan las mujeres de los rojos preparando sus mantones de luto. Estamos decididos a aplicar la ley con firmeza inexorable: Morón, Utrera, Puente Genil, id preparando sepulturas. Yo os autorizo a matar como a perros a todo aquél que se resista a vosotros, que si lo hiciereis así, quedaréis exentos de toda culpa…

Y sobre Málaga había advertido: “¡Sí, canalla roja de Málaga, espera hasta que llegue ahí dentro de diez días! Me sentaré en un café de la calle Larios bebiendo cerveza y por cada sorbo mío caeréis diez. Fusilaré a diez… por cada uno de los nuestros que fusiléis aunque tenga que sacaros de la tumba para hacerlo…“


 

                                       Fot. Rafael Molina Jiménez
 

 

Lo peor estaba todavía por pasar, en el tramo de carretera que va de Nerja a Almuñécar, y que atraviesa los acantilados de Maro. Aquí la carretera se estrecha y se abre camino entre la pared de roca de las montañas a un lado y el precipicio del acantilado al otro, hacia el vacío y el mar, con apenas sitio donde poder refugiarse. Una trampa mortal. Por aquí, el crucero Canarias, a bordo del cual se hallaba el general Quiepo de Llano, al mando de la “honrosa” operación, su gemelo el Baleares y el Almirante Cervera, junto con la aviación italiana y alemana jugaron al “tiro al plato” con todos nosotros. Colocados los barcos muy cerca de la costa, disparaban con los cañones a todo lo que se moviera, y cuando no, apuntaban directamente a la montaña para que avalanchas de piedras y rocas machacaran literalmente a la multitud o cortaran la carretera, haciendo imposible el tránsito de vehículos. Tan cerca estaban que podíamos verles como celebraban con risas y aplausos cada vez que acertaban sobre un camión, un coche, o un burro, como si de una atracción de feria se tratara. Esa misma noche, en la charla radiofónica del general, siempre amenizada por el inseparable aguardiente, llegó a decir:

Un parte de nuestra aviación me comunicaba que grandes masas huían a todo correr hacia Motril. Para acompañarles en su huida y hacerles correr más a prisa, enviamos a nuestra aviación que bombardeó.”

 

                                         Fot.  Norman Bethune
 

En efecto, el hostigamiento se hacía por tierra, mar y aire. Los aviones italianos y alemanes sobrevolaban la carretera y ametrallaban lo que encontraban a su paso. Lo hacían tan bajo que a veces podíamos ver las facciones de los pilotos. Tras los bombardeos, la calzada se quedaba llena de personas muertas, sobre todo ancianos, mujeres y niños, cadáveres despedazados que quedaban allí, pues no había tiempo para darles sepultura, y que había que sortearlos para no pisarlos. También los padres empezaban a gritar los nombres de sus hijos extraviados a causa del bombardeo, y viceversa. De existir el infierno, no debe ser muy distinto a lo que presenciamos.

 

                                        Fot. Norman Bethune
 

 A pocos kilómetros ya de Adra aparecieron los primeros camiones de milicianos que acudían en auxilio de los que no podían caminar, sobre todo niños y ancianos. Me llamó la atención una ambulancia negra que estaba parada a un lado de la carretera y que tenía rotulado en sus laterales “Servicio Canadiense de Transfusión de Sangre”. A cargo de ella había tres hombres que hablaban en inglés mientras atendían a una muchedumbre de niños y de madres que se querían subir al vehículo. Me paré para saludarles.

Buenos días, camaradas, ¿sois también brigadistas?

Si, del batallón Mackenzie-Papineau ‒respondió el de más edad, que parecía estar al mando.

Me llamo Graham Parker ‒le respondí‒ de la XV Brigada, batallón británico.

Encantado. Me llamo Norman Bethune, soy médico, y ellos son mis ayudantes, Hazen Sise y Thomas Worsley‒me saludaron con cortesía.

¿Es que os han encomendado hacer transfusiones de sangre?

 

                                         Fot. Norman Bethune
 

En principio nuestro destino era el frente de Málaga ‒respondió el Dr. Norman Bethune‒ pero de camino hacia allá nos hemos encontrado esta marea humana de refugiados que apenas nos han permitido el avance. Además nos han dicho que Málaga ha sido tomada por los fascistas sin que se disparara un sólo tiro y que la carretera ha sido cortada al este de Motril y no se puede avanzar más allá.

Habéis sido bien informados. Parece increíble, pero sí, Málaga ha caído, y otros muchos pueblos a lo largo de la costa, el último de ellos Motril.

 

                                         Fot. Norman Bethune
 

Los gritos de júbilo y los aplausos de los refugiados me devolvieron a la realidad. La ambulancia estaba llegando a Almería, que nos pareció a todos la más bella de las ciudades, con su acogedor puerto y su altiva Alcazaba dominando el espejo del mar, símbolo de la libertad, de la esperanza y de la vida misma. Parecía mentira pero lo habíamos conseguido: el horror había quedado atrás, al menos por el momento. Así lo creíamos.

La muchedumbre seguía avanzando, ya en unas condiciones lamentables, dirigiéndose a las explanadas del puerto, el único sitio que quedaba libre donde poder acoger a tantos refugiados, alojándose en fábricas y almacenes, pues las calles de la ciudad se encontraban abarrotadas de gente sentada y tumbada por las aceras. Las escenas eran sobrecogedoras. Se podían ver ancianos tullidos, niños con sarna, mujeres con escuálidas ubres dando de mamar a sus bebés sobre sucios colchones, hombres quitándose los unos a los otros liendres y piojos…